Ya sabes que soy todo rarezas. Ya sabes que cocino y mido el tiempo en música. La pasta tarda apenas dos canciones en cocerse, el puchero lleva casi un disco completo haciendo chup-chup y el pececillo del horno lleva seis canciones tomando el sol.
¿No te sientes mejor canturreando que con ese absurdo tic-tac? Hace cuatro canciones que miro tu mirada y en una sola canción el plato estará preparado. Hoy tú pones la receta y yo buscaré en el morral en el que se mezclan vinos y sueños. Hoy tú pones el sabor de la certeza; tu certeza.
Este almuerzo se prepara en apenas una canción. Ayer se quedó desalando un lomo de bacalao, esta mañana se cocieron los huevos necesarios y cuando comenzamos a hablar ya se estaba enfriando la patata cocida.
Con los primeros acordes de guitarra, cajón, palmas, zambra y voz pelamos las patatas y huevos. Los picamos, claro, en el tamaño justo del bocado.
Lleva mediada la entrada del acordeón afrancesado y con el mejor instrumento para ello, las manos, desmigamos el lomo del bacalo. No llevamos la mitad de la canción y ya estamos terminando. Pelamos en vivo una naranja y la picamos en trozos similares a los anteriores. Por último, unas aceitunas negras picadas.
Disponemos todo ello en el plato con el mejor arbitrio, el del gusto, y cuando se van cerrando las últimas palmas nosotros las acompasamos con un hilo de aceite de oliva y pimienta negra recién molida.
¿En la copa? Cuentan que hay vinos cuyo sabor viene del desastre, de la catástrofe, de lunas que mienten en cuarto creciente, de piedras, de humo, de sol, de cielo y de mar….Hatzidakis.