¿Yo? ya lo sabes. Con cualquier cosilla soy feliz. No te rías… bueno sí, ríete. Me encanta verte reir. Me llevó una vida encontrarte. Una vida entera cociné en tus palabras. Una vida entera cociné en tus miradas. Sí, con cualquier cosilla soy feliz. Dentro de muchos años mirar juntos hacia atrás y poder decir que te cociné una vida entera. Que mi pasión por cocinar no es si no pasión por cocinarte la vida entera. Mi pasión por el vino no es si no por compartirlo contigo la vida entera.
Picaremos la cebolla, ajo, pimiento, calabacín, berenjena, tomate y membrillo para hacerlos con tranquilidad, dejando que se cocinen al amor de la lumbre; todo el tiempo del mundo hasta que sean una mermelada fundente, suave y dulce. Alboronía. Saborearla me hace sonreir como cuando pronuncio tu nombre; me transmite la paz y el equilbirio que siempre falta. Esa sensación, ese sentimiento, de que cada pieza está en su sitio. Porque con cualquier cosilla, se puede ser feliz. ¿Te lo había dicho ya?
Sobre una tostada de pan repartimos cucharadas generosas de este plato que acabamos de cocinar y, sobre este, un huevo escalfado, apenas cocinado, para que cuando lo mordamos, mordamos el atardecer, el dulzor. Sabor concentrado y puro de un sol que se pone. Y tras cada bocado beberemos, porque los besos se pueden beber. Bebamos la vida a sorbos, a tragos, a besos. Otra copa de vino tan suave y aterciopelado que te hace recordar el más dulce de los besos. Aquel primer beso olvidado.
Nota: Imagen proveniente de www.unjubilado.info