Preguntas, sin preámbulo, porqué cocino.
Cocino porque nos permite comer belleza, porque nos lleva al pasado, porque nos promete el futuro, porque nos situa en nuestro presente. Cocino por tres mil razones.
Cocino, respiro, vivo, amo. Cocino como quien no sabe hacer otra cosa, como quien no puede hacer otra cosa. A veces luces, otras penumbras y en ocasiones, si me apuras, cocina desesperada. Cocino, sí, porque con la misma pasión con que se cocina, se bebe y se ama.
Cocino por ganar tiempo. Porque cocinar es ganarle tiempo al tiempo, ahí donde otros creen que no hay tiempo para hacerlo; que no hay tiempo para cocinar, que no hay tiempo para amar. Sin tiempo para respirar. Ser. Sin tiempo para el fuego lento y es, a fuego lento, como el corazón se enternece.
Y mientras hablamos se ha rehogado la cebolla y el tomate rallado. Añadamos el fumet y cuando comiencen los primeros y suaves hervores añadiremos unas patatas para que se hagan a la importancia (y compartimos el huevo que quedó, apenas cuajado, con el primer trago del vino recién abierto; porque este momento intermedio, este momento encontrado, es tanto o más cocina que toda lo que rodea a la cocina de un plato principal; porque en la cocina, como en la vida, importan estos momentos intermedios. Encontrados), para un rato después, y manteniendo la suave cocción, añadir unos cachetes de rape. Tersura y suavidad en, apenas, un bocado. Deslizamos, por último, unas gambas desnudas. Apagamos el fuego, tapamos el puchero y nos tomamos otra copa de vino mientras se termina de hacer el plato en el silencio. Silencio de primavera, de hierba en la mañana. Silencios y viveza en esta copa de Chablis. Intensidad y vida en la copa y en cada bocado de este plato que entre palabras hemos ido cocinando.
Con los años no me hice más sabio, sólo más viejo. Con los años no aprendí gran cosa, no soy mejor persona, aunque aprendí un poco a cocinar. Soy como cocino y como cocino, vivo; cada vez con menos recetas, cada vez más intuición. Porque cocinar es vivir huyéndote, vivir huyéndome, para poderte encontrar; para volverme a encontrar.
Porque en la sinrazón cotidiana, en esos minutos en que (te) cocino todo es calma, paz, equilibrio y toda pieza en su sitio. Y sobretodo, por encima de todo, cocino porque me hace feliz cocinar(te) y porque cada plato es lanzar un beso que el aire lleva a ti.
Nota 1: Gracias al pequeño Nicolás, quien a su corta edad nos regala el título del post y toda la sensatez que a los adultos falta.
Nota 2: Me gustaría poder reflejar la autoría de la imagen, pero esta se encuentra en diversidad de lugares en internet en los cuales nadie, lamentablemente, indica su procedencia.