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Archive for 21 de agosto de 2012

Esencial contradicción.

Nunca quise ser cocinero y no lo soy. Aunque vuelvo una y otra vez a cocinar, sin quererlo remediar.

Cuando era niño me recuerdo jugando en el suelo de la cocina. Siempre enredando entre las patas de la mesa, las sillas, piernas de los mayores, trapos y mandiles. Siempre lejos y siempre cerca de los fuegos; asomando, curioso, la nariz sobre la encimera a la que apenas llegaba de puntillas.

Pero a cocinar se aprende cocinando; cocina de otro tiempo. A amar se aprende amando; amor de otro tiempo.

¿Abrir una bolsa? ¿una lata? ¿alquilar el alma con pagos a treinta, sesenta, noventa?

Con la mínima harina, que nos ayudará con la salsa, doramos los pedazos de pollo, que iremos apartando según vayan cogiendo el color que despierta nuestro apetito, dejando estos paso al inevitable rehogado de cebolla y ajo. Rehogado que tendremos que dorar y dorar hasta que llegue a ese punto que nos recuerda al caramelo, mimándolo para que no se nos queme. Algún toque de vino blanco se nos puede escapar, como quien guiña un ojo, de tanto en tanto, para ayudar a ese tono que estamos buscando. Devolveremos, cuando esto ocurra, los pedazos de pollo a la cacerola y los cubriremos de agua.

Mientras el guiso bulle majamos, en el mortero, unos granos de pimienta junto a un par de clavos de olor (qué maravilla de especia en su mundo de aromas), almendras, perejil fresco (por favor) y un huevo cocido. Majado que ligaremos y desligaremos con algo del líquido del guiso que bulle, para añadirlo a este y ayudar a crear una de las salsas más deliciosas que nos podemos encontrar en una cacerola: La pepitoria.

¿Lo demás? Tiempo; esperar y guisar durante la eternidad de un millón de miradas compartidas. Esperar hasta que la carne del pollo esté en su punto; hasta que la salsa esté en ese punto en que nos resulta imposible el resistir la tentación de probarla con el pan. Probarlo y descubrir en un instante la memoria de un plato inolvidable en el tiempo, un plato de sabor infinito.

Nunca dejo de guisar, de buscar el tiempo y el lugar en el que cocinarte y compartir contigo el almuerzo; de ser cocinero en tu vida a tiempo completo, de ponerle corazón a un día gris.

Nunca quise ser cocinero y no lo soy. Si me dan a elegir prefiero ser sol, viento, espejo, mar. Si me dan a elegir prefiero ser el tenedor que acaricia tus labios a cada bocado de este plato; ser la copa en la que bebes este Gravonia de un ya lejano ’94, que es un suave y eterno beso a cada trago, a cada momento.

Escojo volver a los lugares en los que nunca estuvimos. Respirar la fría calidez del aire cualquier otoño en Venecia…


Nota 1: Imágen proveniente de El País, donde indican que esta proviene de la web de la próxima novela de Arturo Pérez-Reverte.


Nota 2: He preferido enlazar a la versión de inicial de Melon Diesel y no a la del refundido Taxi, aun siendo muy ligeras las diferencias. Más de una década después me sigue pareciendo que el album «Hombre en el espejo» (y aun sin pertenecer al mismo la canción enlazada) era un muy buen disco de pop de un (otro) grupo que se perdió en el camino.


Nota 3: En la cocción del pollo también se puede añadir, apenas, una pizca de nuez moscada

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