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40 segundos. 70 segundos.

Cosas que no importan. Casi todas. Los mercados, las divisas, un parking que está lleno, un ascensor que no funciona… Casi nada.

Cosas que sí importan. El frío. Una café caminado. La lluvia. Tú.

Hacer y decir lo que no se debe. Huir de la comida prefabricada; comida que sólo lo es para los que no les gusta la verdad. Comida que a la comida es lo que la costumbre, las frases hechas, al querer sin amar.

Me gusta mirar al infinito y ver cómo se acerca; mirarte y ver cómo te acercas.

Untamos delicadamente, con foie-gras, unas pencas de acelga que hemos cocido apenas al dente. Así, una frente a otra, las envolveremos en sus hojas que sólo habremos escaldado. Las mantenemos calientes en el horno, mientras terminamos de reducir una salsa de cava. Sencillo rehogado de champiñones, cebolleta, mantequilla, cava y nata. Preparado que batimos, colamos y reducimos hasta que tengamos una salsa suave, fina y cremosa con la que acompañar nuestros canelones de acelga.

Sé que te suena raro, que arrugas la nariz, pero es un plato totalmente acogedor. Tan acogedor como el vino que hoy bebemos. Sigo siendo un mal salvaje y si es junto a ti no tengo reparos en que juntemos el verde con el tinto. Borgoña de Jean-Paul Brun. Vino que, como este plato, como tú, me hace sentir que todo está bien, que nada falta, que nada sobra, que queremos parar el reloj.

Cosas que importan. Este vino. Este plato. Tú.

Nota: Imagen proveniente del blog Café con Agua

Muero de sueños.

Exhausto; me muero de sueños. Exhausto muero soñando un lugar en el mundo que me recuerde a ti.

Ni siquiera podría imaginarte, soñarte; y ahora no me imagino dejar de hacerlo a cada instante, en cada momento. Soñar contigo más despierto que dormido; pensarte más dormido que despierto. Soñarte los ocho días de la semana; soñarte los sesenta días del mes. Soñar que todos los meses son de mayo; que cada día nos despierte junto al mar.

Un poquito de ajo muy picado, rehogado, junto a pimiento rojo cortado fínamente. Una pizca de pimentón que añadimos fuera del fuego y vino blanco, claro. Salteamos el chorizo picado y patatas partidas, no cortadas. Patatas chascadas, que es la forma en que hablan las patatas para hacer que los sabores sencillos se vuelvan suaves al convertirse en guiso. Una hoja de laurel y agüa y cocer lento hasta que las patatas se hayan rendido.

Puede que este plato te parezca poquitacosa, pero calmará nuestra hambre cuando es el alma quien tiene frío; cuando ni palabras tiene que echarse a la boca. Puede parecerte poquitacosa, aunque no cabe más amor en menos puchero.

Beberemos, juntos, un vino con nombre de fascinante literatura: Los Cipreses de Usaldon. Un vino lleno de vida, de uvas, de casualidades y sueños.

Nota: Imagen proveniente de La Librería Turquesa (Llamadas sin conexión / Remember)

Aquel verano nos dimos cuenta de que ya no hay películas como las de antes, que ya no hay canciones como las de antes. Aquel verano nos dimos cuenta de que darnos en la mano, en aquella penumbra, era lo más cerca que estariamos nunca; nos dimos cuenta de que no habría más mañananosvemos.

Aun pienso en ti cada vez que cocino o con cada botella que abro. Aun el sabor en los guisos de otro tiempo.

Durante una eternidad horneamos pimientos morrones, que una vez hechos tendremos que dejar templar. Esperar, esperarnos… Esperaremos a esa templanza, para con suavidad despojarlos de su piel y sus semillas; para hacerlos tiras que iremos reservando junto al jugo lleno de sabor y dulzura que desprenden.

Al amor del fuego más lento cocinaremos las tiras de pimiento junto a tomate troceado. Lo cocinaremos despacio, lárgamente, mientras seguimos recordándonos; mientras vamos abriendo este clarete riojano. Vino de los de antes, con un nombre como los de antes. Vino, que junto a ti, me sabe más a vino.

Cuando ya se ha evaporado casi todo el líquido en la suave cocción le agregamos el contenido de este mortero. Un par de dientes de ajo, unos granos de sal gorda y otros cuantos de comino. Majado que va a la cacerola para dar el último giro de sabor al guiso. Un chorrito de aceite en crudo y hemos acabado. Sólo queda dejarlo atemperar. Sólo queda sentir en mi mano tu mano ausente; sentir en mi piel tu ausente piel.

No puedo ofrecerte más que lo que ves; más que lo que soy. Conjugarme en presente imperfecto; futuro incierto. No puedo darte más que el olor del pan que horneo para ti. Sentir que mi vida huele a ti; sentir que la vida sabe a quererte.

Sobre rebanadas de este pan cucharadas hasta mancharnos de ese asadillo ya tibio y otra copa de clarete. Un bocado de sabor y de volvernos a encontrar…

Nota: Imagen proveniente del blog «Ya no quedan héroes»

Y la cocina metáforas.

Metáforas. Loza y cristal. Metáforas de un primer beso y de un último día. Metáforas de folio en blanco con tequieros en el margen.

… y no encuentro mayor metáfora que la de quererte descubrir poquito a poco mi mundo, que está hecho de sabores, de tiempos que junto a ti no lo parecen, de aromas; de cucharas de palo en las que tú pruebas el guiso y después sonries….

Con calma horneamos unos melocotones cortados al medio, con piel, limpios. Sin prisa se irán caramelizando y entonces, si así lo queremos, bastará una caricia para despojarlos de su piel. Melocotones que, templados y cortados en gajos, dispondremos sobre bresaola que habremos colocado en el plato con tranquilidad. Sobre ellos, hojas de lechugas. Las que nos gusten, las que nos apetezcan. Aderezaremos todo ello con la suave emulsión de aceite de oliva, vinagre de frambuesa, yogur (¡natado!), la pizca necesaria de sal y pimienta negra molida. Por último el queso feta que desmenuzas con tus manos, que se escurre entre tus dedos como se escurre este hilo de aceite de oliva que termina el plato.

Poco a poco beberemos otra copa de vino blanco, de Patio; de este vino que gusta de modo irracional, como un querer, como un amar que si se razona, no es.

Nota 1: Imágen proveniente del sitio Flickr de Caliaetu
Nota 2: Título vinculado de manera obvia e indefectible a la obra «El cartero y Pablo Neruda». Libro que me quiso olvidar y película que, en su luz, recuerdo.

Cuando ya no nos queden copas que beber, mañanas que despertar, besos y labios que besar. Beberemos, despertaremos, nos besaremos.

Cuando ya no quede nada, cuando ya no quede nadie, cuando la orquesta se haya ido y no quede música por sonar, bailaremos.

Cuando ya no queden palabras, ni silencios, rozar tus labios… y desaparecer.

Picamos a cuchillo unos lomos de melva desnudos de piel y espinas, para unirlos a cebolla que habremos rehogado previa y largamente; huevo batido, pimienta negra recién molida, panko, una pizca de genjibre rallado y salsa de soja. Amalgama de sabores que forman unas breves y delicadas hamburguesas. Pan de pita, tomate, rúcola… Ese champagne de Gimonnet que lleva esperándonos doce años. Comida rápida y bebida lenta; que nos deje más tiempo, todo el tiempo, para despertar, besar, bailar, hablar, callar… desaparecer.

Nota: Imagen de la obra ‘Dance me to the end of love’ de Jack Vettriano.

Los sueños son deseos.

Preguntas, sin preámbulo, porqué cocino.

Cocino porque nos permite comer belleza, porque nos lleva al pasado, porque nos promete el futuro, porque nos situa en nuestro presente. Cocino por tres mil razones.

Cocino, respiro, vivo, amo. Cocino como quien no sabe hacer otra cosa, como quien no puede hacer otra cosa. A veces luces, otras penumbras y en ocasiones, si me apuras, cocina desesperada. Cocino, sí, porque con la misma pasión con que se cocina, se bebe y se ama.

Cocino por ganar tiempo. Porque cocinar es ganarle tiempo al tiempo, ahí donde otros creen que no hay tiempo para hacerlo; que no hay tiempo para cocinar, que no hay tiempo para amar. Sin tiempo para respirar. Ser. Sin tiempo para el fuego lento y es, a fuego lento, como el corazón se enternece.

Y mientras hablamos se ha rehogado la cebolla y el tomate rallado. Añadamos el fumet y cuando comiencen los primeros y suaves hervores añadiremos unas patatas para que se hagan a la importancia (y compartimos el huevo que quedó, apenas cuajado, con el primer trago del vino recién abierto; porque este momento intermedio, este momento encontrado, es tanto o más cocina que toda lo que rodea a la cocina de un plato principal; porque en la cocina, como en la vida, importan estos momentos intermedios. Encontrados), para un rato después, y manteniendo la suave cocción, añadir unos cachetes de rape. Tersura y suavidad en, apenas, un bocado. Deslizamos, por último, unas gambas desnudas. Apagamos el fuego, tapamos el puchero y nos tomamos otra copa de vino mientras se termina de hacer el plato en el silencio. Silencio de primavera, de hierba en la mañana. Silencios y viveza en esta copa de Chablis. Intensidad y vida en la copa y en cada bocado de este plato que entre palabras hemos ido cocinando.

Con los años no me hice más sabio, sólo más viejo. Con los años no aprendí gran cosa, no soy mejor persona, aunque aprendí un poco a cocinar. Soy como cocino y como cocino, vivo; cada vez con menos recetas, cada vez más intuición. Porque cocinar es vivir huyéndote, vivir huyéndome, para poderte encontrar; para volverme a encontrar.

Porque en la sinrazón cotidiana, en esos minutos en que (te) cocino todo es calma, paz, equilibrio y toda pieza en su sitio. Y sobretodo, por encima de todo, cocino porque me hace feliz cocinar(te) y porque cada plato es lanzar un beso que el aire lleva a ti.

Nota 1: Gracias al pequeño Nicolás, quien a su corta edad nos regala el título del post y toda la sensatez que a los adultos falta.


Nota 2: Me gustaría poder reflejar la autoría de la imagen, pero esta se encuentra en diversidad de lugares en internet en los cuales nadie, lamentablemente, indica su procedencia.

Verde. Naranja. Gris.

Helena de una y mil guerras. Ariadna, siempre, para el peor Teseo. Eurídice al otro lado de la laguna o Beatriz regalando infiernos. Eres todas y ninguna. Eres pinot noir, eres gamay y a veces syrah. Eres todo cuanto quieras ser.

¿Cartas del pasado? Una cuarta. Migajas de vida y retales.

Hoy, como ayer, necesito cocinar algo que me recuerde a ti; algo que me prometa aromas del pasado o de un recuerdo futuro. En el silencio, y en la distancia, necesito cocinarte el plato que tú dibujaste.

Dibujaste el caramelizar cebolla con una pizca, nada más, de azúcar moreno y entonces añadirle zumo de mandarina, dejándolo reducir junto a unos clavos y unas briznas de romero. En el mientrastanto reducimos zumo de naranja, junto a unos dados de membrillo. Cuando todo haya reducido los unimos para que se apacigüen durante unos minutos y si es necesario suavizar su acidez, añadiremos un ligero toque de miel de romero. Pasaremos, por último, por el pasapuré y tendremos entonces terminada la salsa que mantendremos caliente, mientras en el horno se terminan de hacer, sin hueso alguno, unas pechugas de codorniz arropadas por una sábana de panceta curada. 

Pasear por el campo en el plato y en la copa, con el Crozes-Hermitage de Graillot. Hilo que nos une; syrah a la que ha merecido la pena esperar.

Nota: Imágen proveniente del blog Lluvia y viento

El buen salvaje.

Quiero ser lo que tú eres…

Millones de historias, de vidas que van y vienen. Muchos dirán que…. Otros dirán que…

No. No es la siempre conmovedora historia entre Nickie (Cary Grant) y Terry (Deborah Kerr) en ‘Tú y yo’. No es la jovialidad, lo promisorio, el comienzo entre Paul (Robert Redford) y Corie (Jane Fonda), en aquel ático sin ascensor de ‘Descalzos en el parque’ . Ni siquiera es la despreocupada inocencia de la Princesa Anna (Audrey Hepburn. Bella como siempre. Bella como nunca) y Joe Bradley (Gregory Peck) en ‘Vacaciones en Roma’.

… quiero ver lo que tú ves…

Es un buen salvaje el que nos enseña que el mejor camino es el más sencillo. Siempre. Cada mañana, al despertar, Johnny Weismuller le decía lo mismo a Maureen O’Sullivan: «Buenos días. Te quiero.»

Sencillo, directo, sin miedo. Salvaje por todo ello. Salvaje en su inocencia. Nunca he llegado a tener claro si una declaración tan vital lo acercaba más a ser Lord Greystoke o si por contra lo hacía aun más salvaje, fuera de toda norma y convención.

… amar lo que tú amas…

No soy bueno y lo sabes. Aunque quizá sí soy un algo salvaje. Hay que ser un poco salvaje para comer cardos; para cocinarte cardos. Cardos limpios y cocidos, que saltearemos con unos dados de jamón y unos piñones. Cardos que se convierten en suavidad cuando los salseamos con la chalota, que una vez dorada, ha sido cubierta con nata, a la que una vez reducida añadimos un par de cucharadas de bechamel. Plato de cardos en cuya cima dispondremos un huevo frito. Sencillo, directo, sin miedo.

Hay que ser otro poco salvaje para acompañar este plato con el borgoña de Michel Lafarge. El sabor de la pinot noir en tus labios.

Quiero ser lo que tú eres,  quiero ver lo que tú ves, amar lo que tú amas.

(Esta última frase en letra cursiva, que a su vez se encuentra repartida entre las líneas de este post, le decía Mina a aquel que había cruzado océanos de tiempo para estar con ella).

Nota: Fotograma perteneciente a la película ‘Tarzan Escapes’. 1936. MGM.

Y las noches de luna…

Y las noches de luna caminar a tu vera. Y la noches sin luna caminar de tu mano. Que la noches de luna, desde mi orilla se ve tu orilla. Y las noches de viento se tornan días claros.

Soñar y soñar que sueñas mis sueños. Y soñar que sueño yo los tuyos. Y al despertar, seguir soñando.

Despertar y temer despertar, por si en el ensueño me pierdo. Despertar y temer que me falte el aliento, que me falte tu aliento. Ausencia de ti es soledad y no hay otra forma de olvido que no sea el no recordar el olor del mar en tu piel.

Soñar, despertar, recordar; sentir y saber que a diez pasos de ti muero de frío. Para vidas de inviernos sin luna, vidas de frío y lluvia, nos acurrucaremos en esta sopa.

Cortamos la cebolla en plumas finas y las rehogamos largamente en aceite de oliva, sí, pero también con un poco de mantequilla, que nos dará la suavidad que acompañará la dulzura de las cebollas. Y cuando esta esté totalmente desmayada añadiremos una pizca de tomillo y cubriremos con caldo de pollo, dejando que todo junto hierva y los sabores se unan. Tostaremos, entonces, una rebanada de pan, que dispondremos sobre la sopa y cubriremos con una montaña de queso rallado. ¿Cuál? ¡Todos! Emmental, Manchego, Idiazabal… ¿Te apetece alguno más? En un momento estará terminada esta sopa. Al horno con ella, para que el queso funda y sobretodo, para que se gratine sobre el caldo y nos quede esta deliciosa sopa en la que nos acurrucaremos sin remedio.

Ahora y siempre nos acompañará una copa de vino; ahora y siempre nos acompañará el mar, el viento, las lunas que queman y los soles fríos. Este vino de Baudry nos quitará también el frío, mientras a fuerza de creer conjuramos la maldición de los poemas escritos en servilletas de papel.

Otro bocado. Otro sorbo. Estoy tranquilo. Confío en ti

Nota: Me gustaría poder reflejar la autoría de la imagen que ilustra este post, si bien, pese a encontrarla en múltiples fuentes, en ninguna se indicaba el origen de la misma.

Cassoulet et sans souci.

Caminito de la abacería nos prometeremos que se acabaron las prisas, que se acabó el correr a sitio alguno, que no es más que huir sin moverse del sitio; que todo tendrá su tiempo, porque para todo lo hay. Iremos contando adoquines, contando hojas caidas y calentándonos con el frío sol del invierno, como los gorriones que ahuecan sus plumas por la mañana. Para lo que importa, siempre hay tiempo. Para quien importa, siempre hay tiempo.

Con calma, sans souci, haremos una cassoulet. Fabada con bachiller aprobado en un liceo francés. Feijoada que se fue de Erasmus a Carcasonne. O quizá es la cassoulet que vino de vacaciones de verano a ver sus abuelos asturianos. Quizá es la cassoulet una muchacha parisina de nariz aristocrática y con acento marcado por hórreos y paneras. Una Ninette, sin señor de Murcia, que almuerza como Dios manda.

Cassoulet, marmitako, olla, puchero, como tú prefieras; aunque cassoulet, como todo lo francés, suena más así, como a beso.

Mientras llega el hervor de las judías blancas, que dejamos en remojo toda la noche, rehogamos cebolla, puerro, ajo y zanahorias. Despacio y tranquilos, hasta que esté todo bien dorado y blandito, entonces, fuera del fuego añadimos un toque de pimentón, un par de cucharadas de salsa de tomate y otro toque de orégano. Dejamos que siga rehogándose otro ratillo más, que se unan los sabores para formar una salsa rica.

Ya habrán roto a hervir las judías blancas, han de hacerlo con tranquilidad y acompañadas de unos granos de pimienta negra. Que sea sin prisa alguna, con ese hervor que da tranquilidad.

Añadimos entonces todas esas verduras que hemos rehogado una vez pasadas por el pasapuré. Que se unan al hervor, mientras limpiamos unos muslos de pato confitados, que liberados de grasa y picados toscamente añadiremos al guiso un momento después.

Por último añadiremos unas salchichas ahumadas que, picadas, pasaremos ligeramente por la sartén antes de añadirlas al guiso escurridas de su grasa. Dejamos que se aunen todos los ingredientes, todos los sabores y todos los olores. Plato para almas fuertes.

Beberemos un vino recogido, encerrado en sí mismo. Un vino íntimo. Trousseau Singulier, quizá tan fuera de lo habitual como lo son los guisos a fuego lento. Un vino que, como tú, tiene carácter. Cruz de toda moneda; no cambies nunca.

Y bien ¿lo has probado ya? ¿te gusta? Respirar. Un sorbo de vino. Soplar la cuchara y probar, cerrar los ojos, sentirse cómodo… Haces de la vida un lugar habitable; haces de la vida un lugar respirable.

Nota: Imágen proveniente de Usernet (http://www.usernetsite.com)
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