Feeds:
Entradas
Comentarios

Y en cada palabra, se esconde un otoño; las miradas esquivas, los besos al aire.

Otoño de miradas esquivas, de besos al aire, de caminar despacio bajo cielos azul sangre. Necesito el viento frío que mece la noche, las hojas secas, la lluvia, la bruma y la niebla, quizá también la nieve.

Mientras cocemos, picadas, las my_own_private_autumnjudías verdes y la zanahoria rehogamos, mansamente, la cebolleta, el ajo y unos daditos de jamón. A mitad de cocción de las primeras añadimos unas alcachofas al puchero y cuando estén casi cocidas, añadimos al rehogado unos ramilletes de brécol. Sí, no arrugues la nariz, todo verde y ¡todavía queda más! Unimos judías, zanahorias y alcachofas a este rehogado suave y en el mismo puchero cocemos muy brevemente unos guisantes. La mitad de ellos y una pizca del caldo los pasamos por la batidora para que nos hagan una salsa deliciosamente ligada. Unimos todo, finalmente, en esta cacerola para que se unan los sabores y ya en el plato añadimos unos cardos recién rebozados y unos dados de patatas fritas bien doradas. La menestra más sencilla, fácil y deliciosa que puedas probar.

¿Una copa de vino?. Por favor, claro que sí. Uno que se dice rosado y se pronuncia clarete; de esos vinos perdidos y que te encuentran para hacerte sentir que el otoño es hoy, es ahora, es nosotros, en este plato y en esta copa.

Naif. Hay palabras que sólo digo junto a ti. Almuerzo. Hay platos que sólo te cocino a ti.

Aunque nadie acuda para despedirlos, los barquitos de papel parten con cada ola.


Nota 1: Para la fotografía del plato he tenido que tirar de archivo buscando la última vez que cociné esta receta, ya que ninguna de las que hice en esta ocasión llegaban a ser ni medio presentables.

Nota 2: La receta original es de Lorentzero. Un pedazo de cocinero.

Nota 3: La fotografía que ilustra este post es mía.

El aroma de los pinos templados por el sol de mediodía. Chicharras. Libros que otros escriben. Su olor cuando nuevos; su aroma cuando antigüos. Música que otros componen; que otros interpretan. Tangos a medio bailar; boleros a medio escribir. Películas y fotografías; instantáneas de tiempo fugaz, ausente de nosotros. Historias que otros cuentan.

NYC_summer_69Apenas cocidas las judías verdes las alegramos con aceite, vinagre, cebolleta, sal, pimienta negra y algo de mostaza en grano. Verde acomodo para el lomo de cerdo que, cortado en tacos, doramos y acompañamos de unos higos que apenas hemos templado. Fresco, sabroso, dulce y templado como las últimas horas de luz en tu playa; deliciosa sencillez.

Sonreir, vivir, tal vez soñar. Respirar hondo y profundo…

Más frescor, sabrosura, calidez y luz en nuestras copas de malvar, de Ambiz, nacido en una tinaja.

Sonreir. Vivir. Soñar.

Despertar junto al mar, junto a ti. Caminar, de tu mano, con los pies hundidos en esa arena aun fresca de la mañana y de las últimas horas de la tarde. Las olas y las rocas. El agua entre las piedras y en las fuentes. El viento trazando secretos caminos entre las ramas. Tu voz.

El alba deletreando tu nombre con cada latido del corazón. Tu despertar pronunciando el mio.

Nota: Imagen proveniente de Buzzfeed y perteneciente a una colección de imágenes publicadas por la revista Life en el verano de 1969. Merecen la pena todas y cada una de ellas.

Esa época del año…

sofía_lorenNo me gustan las gafas de sol. Me gusta mirarte a los ojos; encontrarme y perderme en tu mirada. Me gusta sentir quién eres y la fuerza del mar, en tormenta, que habita en ellos.

Son las sardinas un sabor para almas fuertes y corazones que laten, siempre, orgullosos. Y una copa de manzanilla en rama; el sabor del mar en tu piel.

Me gusta mirarte a los ojos para leer mi vida en tu vida. Leer, una vez más, el recuerdo del sabor compartido; traspapelado entre el mar y tu mirada

Más sardinas, que limpias rellenaremos con una mezcla de miga de pan, remojada en zumo de naranja y jamón, que habremos cortado fínamente y pasado un instante por la sartén. Todo ello junto y rebozado. Para comer calientes, templadas, frías, ¡con las manos! y mojadas en un salmorejo de tomates asados. Y una copa de fino en rama; el sabor de tu piel en el mar.

La sonrisa y la sencillez van siempre de la mano; y el sentir del viento, de la vida, junto a ti.

… en la que apenas duele quererte.

Nota 1: La segunda de las recetas es autoría de Abraham García (quién si no existiera, habría que inventarlo) y aparece en su libro «100 recetas para quitarse el sombrero» (y todas las suyas lo son).
Nota 2: El texto que aparece en cursiva tiene su origen en el libro «Rapsodia Gourmet» de Muriel Barbery
Nota 3: La imagen de Sofía Loren proviene de http://ourbeautybag.wordpress.com/2012/09/09/chicas-que-nos-inspiran-8/ si bien en él no reflejan su autoría.
Nota 4: Para quienes tengan la curiosidad de saber cuáles son la manzanilla y el fino de los que escribo en este texto, pero no tengan la suficiente idem para echar un ojo al habitual enlace, se trata de la Manzanilla en Rama Sacristía de AB correspondiente a la segunda saca del 2012 y el Fino en Rama Tío Pepe embotellado en abril de 2013.

Estuve esperándote.

No quiero añorarte, echarte de menos; palabras que no son iguales. No son lo mismo, porque nada lo es. No quiero imaginarte, pensarte, recordarte… Sin cartas, sin correos, sin mensajes, sin teléfonos, que no son más que decir que estamos lejos sin atrevernos a decirlo. Sin maletas para dos, sin recuerdos para uno.

estuve_esperandoteUnos espárragos verdes, cocinados al vacío apenas la mitad de tiempo que un lomo de salmón. Salmón que habremos marinado durante medio día en sal gorda, azúcar y ralladuras de naranja, limón y lima. Uno sobre los otros y unas gotas de aceite de oliva; sin más. Todo, cocina y sabores sin disfraces. Beberemos juntos un vino brillante y limpio: El Carro. Un vino ligero y fresco como un primer beso en la mañana.

Te quiero siempre real, cerca, al lado. Compartir cada plato y cada copa; cada despertar y quedar dormida. Cada mañana. Cada tarde. Cada noche. Que toda mirada, toda palabra, todo silencio compartido sea la medida de nuestra distancia. Que lo más lejos que estemos sea la más cercana mirada. Tan lejos que nos sintamos respirar; latir, vivir y sentir, que sí es lo mismo. A la distancia de un beso; y que olvidemos el futuro como si nunca hubiera ocurrido. Al lado. Cerca. Real. Siempre.


Nota 1: Gracias a Manoel Foucellas por permitir la utilización de la imagen que ilustra este post y que ilustrara, anteriormente, el post con el mejor banco del mundo en su blog Pantagruel Supongo.


Nota 2: Como la receta está contada un poco de aquella manera, si alguien quiere mejores coordenadas, no tiene más que decirlo.

Sabes.

Sabes quién soy; qué soy. Sabes quién soy y qué soy quizá aun mejor que yo mismo. Conoces mi rostro, mi piel, mis cicatrices; mi voz y mi silencio. Sabes de dónde vengo y dónde voy.

Recuerdas, hoy, la tormenta que me arrojó a tu playa e hizo que nos encontrásemos. Sabes que vengo de un imaginario If, que sólo sé gramática parda y no tengo más oficio que el de cazar dragones.

Sabes que para guisar casi no hace falta cocinar.What_if

Apenas cubiertas por el agua ponemos a cocer suave las pochas, con los vegetales que después le darán textura, además de su sabor: cebolla, pimiento verde, tomate y ajo. Despacio y tranquilo, durante ocho o nueve canciones. Cocer suave, también, hasta que las verduras estén lo suficientemente blandas como para pasarlas por la batidora y, coladas, vuelta otra vez al guiso para que este pase a trabarse un poquito más.Seguimos cociendo suave mientras volvemos a escuchar las canciones de antes. ¿Hay acaso otra música más cadenciosa en el mundo que el suave borboteo de un guiso? Ya están hechas nuestras pochas, pero vamos a darles un toque más. Sin llegar a cocinar, vamos a seguir guisando.

Ponemos un par de puñados de berberechos a abrirse con un chorrito de vino blanco. Apenas unos segundos y ya están abiertos. Añadimos su mar al guiso y en lo que ponemos la mesa y abrimos el vino estará todo preparado para almorzar. Pochas, berberechos y vino. Guisar y beber.

Y beber un vino que nos llene de vida la copa y el alma; salino, fresco y limpio como el aire tras aquella tormenta: Pinon Silex Noir. Vino para miradas cercanas y susurros perdidos.

… sé quién eres. Me basta coger tu mano, mirarte a los ojos, escuchar tus latidos, tu voz y tu mirada… Ambos sabemos que me estremezco en cada instante, junto a ti; a cada instante, lejos de ti.

Nota: Me habría gustado, como es habitual, indicar el origen y autoría de la imagen que ilustra el post de hoy. Lamentablemente aparece en multitud de lugares y en ninguno he sido capaz de encontrar el lugar original o el autor de la misma.

Infinitivo sin tú.

Caminar, bajo la calma cortina de agua; al abrigo de la lluvia que, aún fría, te da el calor de sentirte vivo. Como busco y necesito la lluvia de otoño, te busco a ti. Caminar, con los ojos cerrados, sobre una manta de hojas caidas que, ya ves tú lo prosaico que soy, me hace reir al pensar que es como caminar sobre patatas fritas. Caminar, como ese mirar atávico el fuego de la chimenea o de una vela, pues tanto da, mientras la lluvia sigue y sigue cayendo.

Un garabato, dos latidos. Una receta, un plato, en el que un borrón es un amor a primera vista. Tú me das el aire; yo pongo el almuerzo. Sonrío sólo con pensar en ti. Sonrío sólo al pensar en ti. Y sentir, y saber, y comprender, que acostumbrado a vivir sin ayer, aprendo a vivir sin mañana. ¿Pero hoy? Hoy te cocinaré una vez más. Te guisaré la tierra y te guisaré el mar.

Y que es la arena, que en las olas habita, el trocito de tierra que la mar tolera. Que son las negras y blancas piedras, que los ríos le llevan, el recuerdo que sólo antes fue olvido.

Tierra. Mar. ¿Te imaginas un guiso sin cebolla? ¿te lo imaginas sin ajo? Yo tampoco me imagino un guiso sin ti. Los rehogamos pausadamente, junto al pimiento rojo, mientras dejamos que se atemperen los garbanzos y la manita de cerdo que habremos cocido, con sus avíos, por separado y cuyos caldos mantenemos así. Cuando el rehogado esté preparado añadimos un par de cucharaditas de curry rojo y enseguida unos chipirones troceados. Cuando el chipirón cambie su forma y coja color añadimos el caldo, más de uno que de otro o más de otro que de uno, como tú quieras, pero me gusta el equilibrio que da el añadir más de garbanzos que de manitas. Sumamos, entonces, los garbanzos y la manita troceada, y sin tropiezos, y dejamos que cueza a fuego suave el tiempo que necesitemos. Que los sabores se multipliquen, que el guiso quede trabado, que no aguantemos más sin probarlo… Por último y con los platos ya servidos pasamos por la plancha los tentáculos, que añadirá otro sabor más a este plato. No hay nada más. Nada más que el sabor de tu mirada.

… y acariciar tus labios para, un instante después, probar este plato, beber una copa de vino. Alvarinho Dorado dice que se llama y que contiene toda la pausa que le ha dado el tiempo; todo lo calmo que necesitamos. Volumen, oleoso, acariciante. Equilibrio.

¿Qué nos queda entonces? Leer, guisar y amar, sin descanso. Leer, guisar y amar, siempre, por encima de nuestras posibilidades. Leer, guisar y amar para ser lo más revolucionario del mundo: felices.

Nota: Esta vez la fotografía es mia.

Esencial contradicción.

Nunca quise ser cocinero y no lo soy. Aunque vuelvo una y otra vez a cocinar, sin quererlo remediar.

Cuando era niño me recuerdo jugando en el suelo de la cocina. Siempre enredando entre las patas de la mesa, las sillas, piernas de los mayores, trapos y mandiles. Siempre lejos y siempre cerca de los fuegos; asomando, curioso, la nariz sobre la encimera a la que apenas llegaba de puntillas.

Pero a cocinar se aprende cocinando; cocina de otro tiempo. A amar se aprende amando; amor de otro tiempo.

¿Abrir una bolsa? ¿una lata? ¿alquilar el alma con pagos a treinta, sesenta, noventa?

Con la mínima harina, que nos ayudará con la salsa, doramos los pedazos de pollo, que iremos apartando según vayan cogiendo el color que despierta nuestro apetito, dejando estos paso al inevitable rehogado de cebolla y ajo. Rehogado que tendremos que dorar y dorar hasta que llegue a ese punto que nos recuerda al caramelo, mimándolo para que no se nos queme. Algún toque de vino blanco se nos puede escapar, como quien guiña un ojo, de tanto en tanto, para ayudar a ese tono que estamos buscando. Devolveremos, cuando esto ocurra, los pedazos de pollo a la cacerola y los cubriremos de agua.

Mientras el guiso bulle majamos, en el mortero, unos granos de pimienta junto a un par de clavos de olor (qué maravilla de especia en su mundo de aromas), almendras, perejil fresco (por favor) y un huevo cocido. Majado que ligaremos y desligaremos con algo del líquido del guiso que bulle, para añadirlo a este y ayudar a crear una de las salsas más deliciosas que nos podemos encontrar en una cacerola: La pepitoria.

¿Lo demás? Tiempo; esperar y guisar durante la eternidad de un millón de miradas compartidas. Esperar hasta que la carne del pollo esté en su punto; hasta que la salsa esté en ese punto en que nos resulta imposible el resistir la tentación de probarla con el pan. Probarlo y descubrir en un instante la memoria de un plato inolvidable en el tiempo, un plato de sabor infinito.

Nunca dejo de guisar, de buscar el tiempo y el lugar en el que cocinarte y compartir contigo el almuerzo; de ser cocinero en tu vida a tiempo completo, de ponerle corazón a un día gris.

Nunca quise ser cocinero y no lo soy. Si me dan a elegir prefiero ser sol, viento, espejo, mar. Si me dan a elegir prefiero ser el tenedor que acaricia tus labios a cada bocado de este plato; ser la copa en la que bebes este Gravonia de un ya lejano ’94, que es un suave y eterno beso a cada trago, a cada momento.

Escojo volver a los lugares en los que nunca estuvimos. Respirar la fría calidez del aire cualquier otoño en Venecia…


Nota 1: Imágen proveniente de El País, donde indican que esta proviene de la web de la próxima novela de Arturo Pérez-Reverte.


Nota 2: He preferido enlazar a la versión de inicial de Melon Diesel y no a la del refundido Taxi, aun siendo muy ligeras las diferencias. Más de una década después me sigue pareciendo que el album «Hombre en el espejo» (y aun sin pertenecer al mismo la canción enlazada) era un muy buen disco de pop de un (otro) grupo que se perdió en el camino.


Nota 3: En la cocción del pollo también se puede añadir, apenas, una pizca de nuez moscada

Sé bien que no son horas para casi nada y aun menos para cocinar, pero en todas las horas que un día tiene ¿cuántas cosas hacemos o dejamos de hacer queriendo y sin querer? ¿cuántas decimos o dejamos de decir? Esta, una más, apenas se notará quizá. ¿No crees? Sé que no debiera y sin embargo…

Guisar, quizá más que cocinar, es una palabra preciosa. Sí, lo sé, tampoco son horas para guisar, pero cualquiera que sea la hora si no guiso para ti me entristezco; pues al guisar, cada plato, escribe tu nombre con sonrisa intercalada.

Quizá no sean horas, si bien picamos con toda la tranquilidad del mundo un par de filetes de pez espada. Emperador despojado de su traje. Trocitos muy pequeños, que iremos dejando en un bol, para que cuando hayamos terminado les añadamos media lata de huevas de bacalao y repetimos el gesto que podriamos hacer dormidos: sal, pimienta negra y perejil picado. Haremos, entonces, pequeñas bolitas que freiremos en fuego tenue una vez pasadas por harina, para tener unas albóndigas todo delicadeza y que apenas doradas apartaremos para que esperen a la salsa que las dará sentido.

Intentando no despertar a nadie vamos a abrir unos mejillones al vapor y a unirlos tranquilamente a una cebolleta rehogada, vino blanco que reducimos hasta la mitad y un buen arreón de nata, una pizca de azafrán y reducir, reducir, reducir… Hasta que nos estemos aburriendo y entonces…sshhhh… lo pasamos por la batidora rápidamente, para después colarlo.

Ahora sí, añadimos las albóndigas de pez espada a esta salsa con sabor a mar y dejamos que se templen unidas unos momentos antes de la alborada y así, haberte guisado antes de que llegue otro día por estrenar.

Y llegará el momento de almorzar y las albóndigas habrán reposado, haciendo tiempo, para que las comamos y disfrutemos junto una copa de un vino que no se espera; un vino llamado Ovni que esperas dulce y es seco, que trae recuerdos y futuros, que trae el mar y trae la brisa, que nos trae la templanza de lo inesperado.

Sé bien que no eran horas y sin embargo…

Nota 1: Imagen proveniente del blog Saludos Cordiales
Nota 2: Esta botella me fue remitida a coste 0 por el distribuidor. La siguiente botella ya está pagada de mi bolsillo

… y rojo.

– Ha pasado tiempo… Mucho…
– Sí…

Contesto, escondiendo toda mi timidez tras apenas dos letras.

– ¿Cuánto hace?
– No sé, no lo recuerdo… Mucho…

Miento. Sí lo sé. El olvido nunca fue opción.

Y entre el bullicio guardamos silencio. No te miro, no me miras; y nos miramos. No te hablo, no me hablas; nos hablamos. Callamos.

Y como entonces, en silencio, volver a cocinarte para volver a tu mirada.

Ausente me doy cuenta de que son los morteros como un amor, pues a poquito que lo cuides durará toda una vida. En el mortero granos de coriandro y cardamomo, que en breve acompañarán a la cebolla y ajo que ya se están rehogando tranquilos en la cacerola. Mientras, en otro recipiente, estamos preparando un caramelo suave con azúcar moreno, al que le añadimos unos bastones de berenjena escaldada y una mezcla que también ha conocido el mortero: Ajo, anchoa, tomate, cayena y vinagre de Jerez. Con esto preparamos una sabrosa mermelada de berenjena, que no es dulce, no es picante, no es ácida, si no una deliciosa suma de sabores.

A esa cacerola, en la que se rehogaba la cebolla y el ajo, le añadimos las especias, junto a una pizca de cúrcuma y otra de curry. Que cojan calor, sin quemarse, para que inunden la estancia de olores y promesas a nuestro paladar. Añadimos entonces el perfumado arroz basmati, que apenas cubriremos de agua y cocinaremos unos minutos a cacerola tapada. Este perfumado y sabroso arroz se hará mientras terminamos los demás intervenientes.

Doramos apenas un diente de ajo fileteado de igual modo que el jengibre fresco y todo junto se lo añadiremos a la berenjena que estamos confitando; y cuando veamos que a esta apenas le queda líquido, añadimos un toque de vinagre de sidra y otro de salsa de soja. Mezclamos bien para que se unan toda esa cantidad de sabores y olores, a los que añadimos unos garbanzos cocidos previamente y entonces ya sólo nos quedará ocuparnos de mantener caliente el conjunto el tiempo justo que necesita el arroz para estar hecho.

Parece largo, para complicado, parece raro. No es nada de eso, es algo sencillamente delicioso. El arroz, la berenjena con los garbanzos y una cucharadita de yogur griego sobre todo ello.

Lo pruebas y estos nuevos sabores traen nuevas palabras a tus labios.

– ¿Cómo va todo? ¿Qué hiciste todo este tiempo?
– Nada en particular…

Vuelvo a mentir.  Eché de menos cocinarte; leer mi presente en las líneas de tus manos. Echarte de menos a cada momento, como quien añora el olor de las sardinas asadas en un mes de enero. Echarte de menos como a este arroz con especias por las que hubo mil guerras y mares desconocidos que cruzar antes de encontrarlas; antes de encontrarnos.

Beber un vino que es como una vida. Un vino que es dulzor, amargura, acidez, equilibrio y aristas. Botella de Burklin-Wolf Ruppertsberger que nos sacude una vida polvorienta; una copa que es nuestra compañía entre la multitud. Sé que ahora sabes que este plato y este vino son lo que he estado haciendo todo este tiempo; que este plato y este vino pronuncian quedos tu nombre.

Nota 1: Imagen proveniente del blog Adicta a cruzar en rojo.
Nota 2: La receta explicada de mejor manera la podéis encontrar en el blog de ‘El Comidista’, que es donde yo me crucé con ella.

Estrellas fugaces

Me dices que tienes prisa, que no tienes tiempo, que siempre estás corriendo, que no tienes un segundo para respirar…

¿Fast-food? Blitzkrieg en la cocina (pero sin krieg), que el fast-food se prepara rápido y dicen que se come en menos tiempo. Plato que haremos deprisa pero que nos dará calma.

Mientras ponemos a hervir el agua, en que escaldaremos unos guisantes, marinamos unas vieiras en soja, genjibre, zumo de naranja y algo de su ralladura. Poco tiempo, apenas unos minutos, mientras preparamos una orly rápida en la que sumergimos el coral de las vieiras.

Salteamos unos ajos tiernos y cuando empiecen a suavizarse añadimos unos dados de jamón y los guisantes. Salteamos apenas unos segundos, lo justo para que el jamón cambie de color y los disponemos sobre el plato. Sobre la sartén, a fuego fuerte, marcamos la vieira, mientras freimos los corales en aceite bien caliente. Tic-tac, varios fuegos a la vez, tic-tac, apenas unos segundos. Vieira y coral que antes de darnos cuenta ya descansan sobre los  guisantes y ajos tiernos, que son la más absoluta dulzura de la primavera en este frío invierno.

¿Vino? ¡Claro que sí! Vino que, como este plato nos trae el campo y el mar. Nos trae la brisa, la frescura y la calidez; los lugares comunes que nos hacen sentir bien. Este Réserve de Gassac nos trae y nos lleva entre sorbos y fogones.

… y me dices que ya no hay prisa,  que la hemos olvidado.

Nota: Imagen proveniente de http://www.blog.kranzkrone.de/2009/02/23/keine-zeit-zur-zeit/